Una de las obras fundamentales de la francmasonería
del siglo XVIII acaba de ser editada por Ediciones del Arte Real (masonica.es).
Nos referimos al libro de Josep de Maistre titulado “La Francmasonería –
Memoria inédita al Duque de Brunswik” cuya introducción debemos a Émile Dermenghem
y la traducción a Ramón Martí Blanco.
Iniciaremos este breve comentario
dando la palabra al propio Dermenghem:
“Es en el curso de un trabajo de
investigación de la influencia del esoterismo sobre el pensamiento maistriniano
que he obtenido la autorización para copiar los textos inéditos de los archivos
familiares del escritor. La pieza principal del expediente «Illuminés» es la
Memoria al duque de Brunswick-Lunebourg, Gran Maestro de la Francmasonería
escocesa de la Estricta Observancia, en ocasión del Convento de Wilhemsbad
(1782). Se trata de un verdadero tratado que sobrepasa en mucho, tanto en lo
que se refiere a su longitud como en profundidad, al ámbito de una simple
respuesta a la encuesta que lo había provocado. El estilo mismo de esta obra es
digno de las mejores páginas del autor; menos oratorio que el de algunas obras
de juventud publicadas (trozos de elocuencia impersonal destinados al Senado de
Saboya o compuestos con motivo de unas exequias de la realeza), se eleva en
ocasiones hasta lo patético y lo bello.”
Sobre Joseph de Maistre
Se trata, sin dudas, de uno de los personajes más
singulares de la masonería del siglo XVIII, protagonista de la convulsionada
etapa que comenzó con la transformación de la Estricta Observancia y
culminó con la transformación de la antigua masonería y el advenimiento de un
nuevo siglo en el que gran parte de los masones europeoa abrazaría la
revolución.
Joseph de Maistre es un caso paradigmático en la compleja
trama que subyace tras el fenómeno masónico en el final del siglo XVIII.
Constituye un problema para los católicos antimasones, pues si hay algo que
está fuera de toda sospecha es justamente el compromiso de Maistre con la
Iglesia Romana. Del mismo modo es un problema para los masones racionalistas,
para quienes Maistre es una espina difícil de digerir, a la vez que el
testimonio más elocuente de la religiosidad que inspiraba a vastos sectores de la
francmasonería antes de que fuera agitada por los procesos revolucionarios del
siglo XIX.
De modo que Joseph de Maistre sufre una suerte de doble
excomunión pues, como bien señala Maurice Colinon, henos aquí, “
ante
nosotros un hombre que, aristócrata, se ve acusado de haber derribado al orden
privilegiado; emigrado, de haber contribuido a preparar la revolución;
católico, de haber conspirado contra el altar; monárquico, de haber urdido un
complot contra los reyes; y todo esto porque era indiscutiblemente,
irrefutablemente, francmasón”
Nacido en 1753, ingresó en la francmasonería hacia 1773,
con tan sólo veinte años, en la logia Los Tres Morteros de Chambery.
Antes de ello había tenido una educación católica a manos de los jesuitas de la
congregación de la Asunción. A los quince años pasó a la cofradía de los Penitentes
Negros. Tuvo activa participación en los grupos de exiliados saboyanos de
Ginebra y Lausane y hasta predicó el catolicismo en Rusia.
Su logia madre Los Tres Morteros no dejaba de ser
una más de aquellas logias de mesa que abundaban en Francia, en la que
Joseph de Maistre no podía sentir otra cosa que desazón y aburrimiento. Hombre
muy culto, conocedor de las doctrinas de Saint Martín, no tardó en ser cooptado
por la masonería escocesa en donde encontraría su ruta masónica. Junto con
otros quince hermanos, se unió a la logia La Sinceridad, que por
entonces –año 1778- estaba bajo la jurisdicción de Jean-Baptiste Willermoz,
empeñado en la reforma la Estricta Observancia, que derivaría en el
Convento de Wilhelmsbad.
De Maistre pasó rápidamente a conformar el más selecto
núcleo que rodeaba a Willermoz y se cree que alcanzó el grado de Gran
Profeso, el último grado del Régimen Escocés Rectificado. Es por ello que
su testimonio resulta de capital importancia para comprender la visión de la
masonería tradicional frente a la irrupción de los elementos revolucionarios en
Francia y, particularmente, de las ideas y objetivos de los Iluminados de
Baviera.
De la
bibliografía existente sobre Joseph de Maistre, la que aporta la información
más fidedigna es la obra de Emile Dermenghem -que estamos comentando- de la que
nos interesa rescatar la cuestión referente a los bávaros.
Narra nuestro autor que cuando se publicaron las primeras
acusaciones en torno al complot revolucionario de la francmasonería, Joseph de
Maistre apenas se conmovió por estos duros ataques. Entendía perfectamente que
había un objetivo en la masonería que él integraba, un objetivo que distaba
mucho del perseguido por Weishaupt. Era consciente, al igual que muchos
referentes de la Orden que uno de los objetivos debía ser la unificación de las
Iglesias Cristianas, fragmentadas luego de la Reforma y producto de cruentas
guerras religiosas.
Pero
cuando apareció la obra de Barruel (furibundo antimasón), Joseph de Maistre se
sintió abrumado y en la necesidad de refutar sus acusaciones. Le enrostra
ligereza y se encoleriza por la ignorancia de Lefranc frente al fenómeno del
iluminismo. Sin embargo admite que algunos masones pudieron haber participado
de la Revolución y que algunas logias pudieron haber tenido actitudes dudosas o
abiertamente hostiles al rey como ocurre con el duque de Chartres, gran maestro
del Gran Oriente de Francia, de quien nos hemos hablado in extenso en otras ocasiones. Hacia 1797,
Joseph de Maistre estaba convencido de que las ideas revolucionarias se habían
infiltrando poco a poco en las logias dependientes del Gran Oriente y que
algunos dirigentes, llegado el momento de la Revolución, se habían servido de
ellas.
Sin embargo, para Maistre el
espíritu revolucionario y antirreligioso no había sido engendrado por el
iluminismo. Antes al contrario, la corrupción del verdadero iluminismo era la
consecuencia de la propaganda revolucionaria en las logias. Decididamente,
consideraba que todo el mundo caía en una grave confusión en torno al
iluminismo, al cual dividía en tres categorías entre las cuales, a su juicio,
no había ninguna relación:
En primer lugar los
francmasones corrientes, que resultaban absolutamente inofensivos. En segundo
lugar los martinistas franceses y los pietistas silesios que no eran otra cosa
que cristianos exaltados. En tercer lugar los Iluminados de Baviera
liderados por Weishaupt. Maistre utilizaba el término “iluminista” con
cierto aire peyorativo. Y si bien no le otorgaba a los bávaros la paternidad
del complot revolucionario “creía que algunos grupos ocultos habrían podido
imponerse como objetivo derrocar el trono y la Iglesia” y que “ciertos
crímenes contemporáneos le parecía que no hubieran podido llevarse a cabo sin
el apoyo secreto de alguna asociación...”
En la medida que pasaron los
años, Joseph de Maistre terminó dándole la razón a Barruel y cargando contra
Weinshaupt y los illuminati. Hacia
1811 escribía “...No hay la menor duda; su jefe es conocido; sus crímenes,
sus proyectos, sus cómplices y sus primeros éxitos lo son también... Ellos han
formado el horrible complot para extinguir en Europa el cristianismo y la
soberanía...”
Joseph
de Maistre sabía que “la masonería pura y simple” no tenía nada de malo
en sí misma y que no sabría cómo alarmar ni a la religión ni al Estado. Esa
masonería nada tenía que ver con lo que él definía como la secta de los
iluministas... una y a la vez muchas, “más bien un estado del espíritu que
una secta circunscripta... el resultado de todo lo malo que se haya podido
pensar en tres siglos... un monstruo compuesto de todos los monstruos, y si
nosotros no lo matamos, nos matará”.
En
definitiva, estamos en presencia de un libro de carácter extraordinario
respecto de su contenido como fuente histórica en el sentido más estricto,
narrada por uno de los protagonistas de una etapa convulsa y difícil de la
historia masónica.